Crónica documentada de la feligresía
Independientemente del primer libro parroquial de
bautismos y de casados, velados y finados que comienza en 1603 con la partida
de Maribañis de Aranabar, nacida el 20 de Enero de dicho año, y en cuyo folio
14 vuelto leemos que el escribano Juan Otxoa lo protocoló el 6 de Marzo de
1554, las noticias que siguen están extraídas del libro aludido en el que el
Bachiller Larragoiti aparece como párroco por poco tiempo, ya que en 1605 sale
para su nuevo destino en Urduliz, quedando como sustituto suyo Juan de Baraño.
Este sacerdote hace constar en dicho libro documental la existencia de otro más
antiguo que en su tiempo estaba "ya consumido e indecente" pero que
opino pusiera ser anterior al siglo XVI, ya que en él el Concilio de Trento
había ordenado registrar a los bautizados con su nombre y apellidos
correspondientes. Quien estableció que se haga constar el día y el año en el
que nacía la criatura, más el nombre de los padres, de los abuelos paternos y
maternos, fue el Visitador señor Puente el 13 de Julio de 1615 que, estando en
Plentzia, revisó este primer libro de bautizados. El 17 de Agosto de 1616 lo
registró a su vez don Agustín del Castillo, también Visitador que recalcó este
aspecto de los nombre de los abuelo; aspecto que hemos podido comprobar que no
fue obedecido en múltiples ocasiones.
Hay, entre las partidas, diversas notas relativas
a lo que los Visitadores Apostólicos ordenaran para la buena administración
parroquial, a la que daremos lugar en su respectiva cronología.
Entre líneas discurre una particular crónica que,
principalmente en relación con la fábrica (es decir, economía) de la iglesia,
se establece según veremos a continuación:
La primera cuenta es de 6 ducados que Pedro
Martínez de Argaluza "Indiano" va dando a la parroquia de San Pedro de
Sopelana desde 1649 en que empieza el libro, hasta 1655 en que él falleció.
Por vez primera éste libro de fábrica es revisado
en 1652 cuando el Visitador Doctor don Luis Juaniz y Etxalar, dignidad en la
Catedral de Pamplona-Iruña, Arcediano de Egiarte, recibió en Zamudio análogos
libros de las parroquias de la zona de Uribe-costa. Aprueba las cuentas. Manda
al cura de Sopelana que compre un incensario y su naveta. En 1655 se dirá que
este incensario no pertenece a la parroquia propiamente dicha, sino a la república
de Sopelana que dió el dinero para comprarlo.
En 1653 se reteja la iglesia y se hacen con
piedras de sillería obras en la torre que tenía forma de pirámide.
En 1655 vuelve a revisar este libro el citado don
Luis Juaniz que entonces él mismo es ya Obispo de Calahorra, a cuya Diócesis
pertenecía Bizkaia, antes de que existiera el Obispado de Vitoria-Gazteiz y más
tarde el de Bilbao. Lo que en esa ocasión ordenó Monseñor Juaniz fue que a las
noches, después de las avemarías, se dieran nueve tañidos con la campana mayor
para que los fieles rezaran por las Ánimas
Se puso nueva piedra bautismal en 1656, con un
torno de metal. Los altares de la iglesia, además del mayor dedicado a San
Pedro, estaban consagrados a San Esteban, a la Concepción y a San Sebastián
Mártin. Es el año en el que falleció la Patrona Divisera, Vizcondesa de Santa
Marta, como hemos dicho.
En 1659 gira visita a la feligresía de Sopelana
el chantre Vendigar, de Calahorra. La giró también a Getxo, Berango y Urduliz y
se le dieron "de limosna" 20 reales; diez el cabildo eclesiástico y
los otros diez el Municipio, más cama, comida y cena.
Se establece en 1660 una costumbre, que será
tradicional, de que a los sacerdotes y al sacristán se les invite a un
refrigerio en la noche del Jueves Santo y que supone un gasto repetido todos
los años en las cuentas de la mayordomía parroquial, en la que los gastos
ordinarios suelen ser el del aceite de lámpara de Santísimo, las velas de los
altares, el almidón para endurecer la tela de las albas y sobrepellices, la
harina de las hostias, el vino de la misa, etc. Este mismo año de 1660 quien
revisa este libro de fábrica fue el nuevo Obispo de Calahorra Monseñor
Ontiveros, que no parece muy amigo del párroco a quien ordena que explique
personalmente la doctrina cristiana, al menos los domingos desde el púlpito,
sin excusarse con que la enseña el maestro en la escuela, "porque la tarea
de éste consiste sólo en bailar tanto mozas como mozos, prescribe que lo hagan
por separado, los hombres solos y las mujeres solas, "sin consentir que
después se junten a entretenerse".
En 1666 por primera vez se inicia lo que también
será costumbre de que en la víspera de San Pedro, Patrón de la Anteiglesia,
cuando ya aprieta el sol se dé un refresco a los sacerdotes que han venido de
fuera a solemnizar de la iglesia. Solía predicar en dicha fiesta
tradicionalmente un fraile franciscano del convento de Bermeo, al que se le
daban en metálico 16 reales y una comida valuada en otros 8 reales.
En 1667 se agasajó al Visitador con tres azumbres
de "ribadavia", sabroso vino gallego que costó 8 reales y que da a
entender cómo se menosprecia siempre lo propio de la zona, siendo así que
Sopelana ya tenía un vino propio de no inferior calidad como es el txakoli que
se elaboraba en muchas cosas de la Anteiglesia.
En 1669 las reuniones parroquiales que antes se
efectuaban en la sacristía, empiezan a tener lugar en el cementerio, como
ocurría con las sesiones del Ayuntamiento.
Se habla en 1670 del Pendón. Investigador como
soy no sólo de la Heráldica sino de la Vexilología de los Municipios, me ha
intrigado este dato, decepcionándome el comprobar que no se trata del pendón
del Ayuntamiento sino el de la Cofradía del Santísimo Sacramento y que era de
color carmesí. Se remataba Este con una cruz de plata por cuya fabricación se
pagaron 15 reales. El que se encargó de su confección y de su traída a Sopelana
fue don Juan Antonio de Basurto, a quien se le gratifica con cuatro gallinas;
lo cual me evoca costumbres no tan antiguas en los pueblos vascos en los que se
agradecía un favor reglando productos del caserío a los bienhechores.
Durante ocho días en 1672 estuvieron dos obreros
subsanando la falta de tejas en la cubierta del templo. Como único sueldo se
les dió 32 cuartos de vino que costaron, en la semana que ocuparon en este
trabajo, 152 reales abonados a la taberna, propiedad del Ayuntamiento.
Hallo en 1675 la curiosa referencia de que el
aceite que se usaba para los Santos Oleos del bautismo y del viático lo trajo
el sacristán desde uribarri, punto donde la existencia de olivares no se ha
apuntado.
En 1678 vino a Sopelana un escultor a tomar
medidas de la media naranja de la pila bautismal de reciente colocación. Traía
cabalgadura por lo que al hospedaje del artista se añadía el pasto del animal.
En 1681 se predicó en la fiesta de la Candelaria,
Porque eran años de gran preocupación social que se amortiguaba con la práctica
de actos de piedad. Uno de ellos consistía en la peregrinación a Nuestra Señora
de Agirre en las inmediaciones de Plentzia.
En 1687 se seguiría practicando alguna que otra
procesión, pero sin el fervor antiguo. A los sacerdotes que este año fueron a
engrosar la misma se les dió vino por el precio de 4 reales.
Los cadáveres antes se traían a la iglesia para
el funeral en parihuelas hechas en sus propias casas, de mala forma, por lo que
hubo ocasión en que el muerto cayó al suelo por el camino. Se contó en adelante
con unas andas fuertes que se guardaron en la sacristía y que estaban al
servicio del pueblo. Asimismo se hicieron bancos para mayor comodidad de los
fieles que se arrodillaban y sentaban sobre el pavimento del templo. Lo que se
hizo el año mientras sus dueños asistían a misa; porque por lo demás se
guarecieron bajo el pequeño pórtico del cementerio que lo dejaban muy sucio y parecía
de la vieja torre de campanas que quizás entonces perdió su antigua forma de
pirámide a al que hemos hecho mención anteriormente.
En 1693 se rehace parte de la tela del citado
pendón carmesí y por entonces se hacen algunas compras como un misal nuevo,
alguna casulla, el cestillo de las limosnas, la tenaza para coger el tizón que
había de ponerse en el incensario...
En 1694 vuelve a retejarse la iglesia, para cual
se trajo por mar la teja necesaria y al hombre que la sacó del navío hasta el
cargadero, se le dieron 5 reales. Se establece y fija en 1700 la costumbre de
que el día patronal de San Pedro se haga una ofrenda y colecta especial, con
ocasión de la cual los sucesivos párrocos tuvieron preparada una especie de
pequeño sermón de acción de gracias. Este mismo año para mí tiene una pequeña
repercusión pues en el Visitador, Licenciado Diego de Luzuriaga, ordenó que se
hiciera un Archivo; archivo elemental pues consistía en un arcón. Se abrí y
cerraba con tres llaves que estaban, respectivamente, una en manos del Alcalde,
otra en las del párroco y la tercera en las del secretario. Gracias a esta
orden he podido estudiar la documentación pertinente que no se hubiera
conservado de no existir aquellas medidas.
Hasta 1701 no disponían los sacerdotes de Sopelana
de ornamentos negros para revestirse en los funerales. Poco después contaron
con una linterna que iluminaba el camino cuando en las tinieblas de la noche
tenían que llevar el viático a los caseríos. En 1706 inició un párroco la nueva
costumbre, que supuso dispendios extraordinarios en el tesoro eclesiástico que
consistía en que además del Visitador se daban a quienes venían en su compañía
varias azumbres de vino. La repetida alusión que se hace al vino como medio
único de obsequiar a algún superior la subrayo como una práctica que ha de
estudiarse dentro del sistema económico-social de esta Anteiglesia que, como
otras, basaba su fuente de ingresos municipales en la expendeduría del vino, el
cual era monopolio del Ayuntamiento.
Siendo párroco de la iglesia de San Pedro don
Saturnino Zurbano a 31 de Mayo de 1884, se constituyó la Junta de Fábrica.
Eliminaba la figura del mayordomo. Los responsables de los bienes eclesiásticos
serían algunos feligreses de reconocida honestidad con los que el propio párroco
debía de consultar antes de efectuar cualquier gasto; el primero de los cuales
fue la compra de un viacrucis con catorce pequeños relieves que se trajeron de
la librería de los señores Buldi de Bilbao, que costaron 224 pesetas; así como
un Santo Cristo (por 60 pesetas) para el altar de San Juan, cuya imagen era
revestible, costando 20 pesetas la capa nueva que cubría la talla.
El Arcipreste de Bilbao a lo largo de 1889 giró
tres visitas a Sopelana por todas las cuales se le dieron para ayuda de viaje
4,50 pesetas que hoy nos parece una cantidad irrisoria, pero sépase que
entonces un bonete costaba cuatro pesetas. Añadamos a título de clarificación
que la compostura del badajo de la campana la tasó el herrero en una peseta. El
arreglo del armonium por Miguel Monez costó 50 pesetas y por la limpieza de la
ropa (albas, amitos, purificadores, manteles de altar etc.) a lo largo del año
se daban 100 pesetas repartidas entre las encargadas de la limpieza que se
llamaban Agueda Kondina, Estefania Olabarrieta, Isabel Zalduondo, Emilia
Urgoiti y Clara Mendieta.
Todavía en 1906 se exigía la txartela o cédula
comprobatoria de que cada feligrés había condesado y comulgado por pascua
florida. Era costumbre un pequeño lujo que se permitían los sacerdotes de que
sus albas, almidonadas, a su vez estuvieran rizadas; en cuya especialidad eran
peritas las religiosas Adoratrices de Algorta, a las que se les daba por su
trabajo 13 pesetas anuales.
La cruz parroquial es objeto de un baño de plata
en 1927 y en 1928 el señor Dourte afina el órgano del coro de la iglesia. Su
sacristán es Fernando de Eguskiza que en horas perdidas se encarga de
confeccionar las hostias para la comunión y las mechas de algodón para la
lámpara del Santísimo y que cobra al año 20 pesetas.
Hay una partida curiosa en 1929, de que el
párroco tuvo la delicadeza de mandar hacer las estampas-recordatorios de las
niñas y niños que efectuaron la primera comunión ese año y que las en la
librería de San Jose, en el Casco Viejo Bilbaino.
En 1930 siendo Obispo de Vitoria-Gazteiz don
Mateo Mujika Urresatarazu, gipuzkoano, se inscriben en el Registro de la
propiedad de Bilbao, las posesiones parroquiales, legadas a su muerte en 1876
por el presbítero deon Santiago Zalduondo. La parroquia de San Pedro de
Sopelana era propietaria de los siguientes bienes: una casa conocida como
"casa rural" (de piedra, cerca de la iglesia y que consta de una
primera planta, camarote, horno de pan cocer adosado a la parte sur, cuatro
dormitorios, cocina, sala y cuadra), edificada sobre una superficie de 178
metros cuadrados que el 7 de Octubre Pablo Larandagoitia, vecino de Getxo,
midió y cuyos honorarios fueron 50 pesetas. También era donación del difunto
curo Zalduondo la heredad "Abadesolo" en el término sopelanatarra de
Moreaga de 2477 metros cuadrados y lindante con propiedades de don Juan Ignacio
Goiri, que fue cura ecónomo de la Anteiglesia, de terrenos de los señores
Uriarte y de un camino público. Por último, era propietaria del campo donde
había estado el anterior cementerio, asimismo en Moreaga, que era un recinto
tapiado de 342 metros cuadrados de extensión y con puerta de acceso desde el
pórtico de la iglesia. Por dicho Registro, en la Tesorería General de Bizkaia
como impuesto de Derechos Reales se ingresaron, el 23 de Octubre de 1930,
doscientas ochenta y cinco pesetas, más timbre y pólizas.
La instalación del alumbrado eléctrico existía ya
en 1933 en le iglesia y costó 76,35 pesetas. Sin embargo, el arreglo del
pararrayos y de la cruz de la torre del templo se elevó al entonces
extraordinario precio de 415 pesetas, cuando los 16 litros de vino de consagrar
valían 28 pesetas y los 30 de aceite para la lámpara del Santísimo 71 y las
sotanitas negras y rojas de los monaguillos tuvieron por precio 210 pesetas.
Esto ocurría en 1936. Precisamente en 1937 el Obispo de Vitoria, administrador
Apostólico Monseñor Lauzurika giró visita a Sopelana y encontró que el libro de
cuentas de dicho año, por lo que hizo constar que lamentaba que las hubieran
arrancado. Ordenó su inmediata reposición... en balde.
Data de 1938 el arreglo a fondo del reloj de la
iglesia cuyo trabajo así como la colocación de un cuadro de la Virgen del
Carmen y de la balda para los floreros y cirios, costaron en total 148,75.
En 1941 el arreglo del órgano se eleva a 50 pesetas;
el consumo de energía eléctrica a 333; el organista cobra 90 pesetas y a los
cantores del coro parroquial se les da un aperitivo que en aquellos años de
hambre costó 110 pesetas.
Los tiempos modernos se reflejan también en la
vida parroquial pues en 1944 se abre una póliza de seguros contra incendios a
favor de la iglesia por 145,90 pesetas. Concluimos esta crónica documentada de
la feligresía con el dato, que refleja que entonces Sopelana era sólo un pueblo
de labradores, de que en 1945 el día de San Isidro, patrono de ellos, empezó a
ser fiesta mayor con sermón.
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