miércoles, 10 de septiembre de 2014

Historia de Sopelana (Sopela), III

Tercera entrega de la historia de Sopelana, sacada de http://www.osakidetza.euskadi.net



Crónica documentada de la feligresía


Independientemente del primer libro parroquial de bautismos y de casados, velados y finados que comienza en 1603 con la partida de Maribañis de Aranabar, nacida el 20 de Enero de dicho año, y en cuyo folio 14 vuelto leemos que el escribano Juan Otxoa lo protocoló el 6 de Marzo de 1554, las noticias que siguen están extraídas del libro aludido en el que el Bachiller Larragoiti aparece como párroco por poco tiempo, ya que en 1605 sale para su nuevo destino en Urduliz, quedando como sustituto suyo Juan de Baraño. Este sacerdote hace constar en dicho libro documental la existencia de otro más antiguo que en su tiempo estaba "ya consumido e indecente" pero que opino pusiera ser anterior al siglo XVI, ya que en él el Concilio de Trento había ordenado registrar a los bautizados con su nombre y apellidos correspondientes. Quien estableció que se haga constar el día y el año en el que nacía la criatura, más el nombre de los padres, de los abuelos paternos y maternos, fue el Visitador señor Puente el 13 de Julio de 1615 que, estando en Plentzia, revisó este primer libro de bautizados. El 17 de Agosto de 1616 lo registró a su vez don Agustín del Castillo, también Visitador que recalcó este aspecto de los nombre de los abuelo; aspecto que hemos podido comprobar que no fue obedecido en múltiples ocasiones.
Hay, entre las partidas, diversas notas relativas a lo que los Visitadores Apostólicos ordenaran para la buena administración parroquial, a la que daremos lugar en su respectiva cronología.
Entre líneas discurre una particular crónica que, principalmente en relación con la fábrica (es decir, economía) de la iglesia, se establece según veremos a continuación:
La primera cuenta es de 6 ducados que Pedro Martínez de Argaluza "Indiano" va dando a la parroquia de San Pedro de Sopelana desde 1649 en que empieza el libro, hasta 1655 en que él falleció.
Por vez primera éste libro de fábrica es revisado en 1652 cuando el Visitador Doctor don Luis Juaniz y Etxalar, dignidad en la Catedral de Pamplona-Iruña, Arcediano de Egiarte, recibió en Zamudio análogos libros de las parroquias de la zona de Uribe-costa. Aprueba las cuentas. Manda al cura de Sopelana que compre un incensario y su naveta. En 1655 se dirá que este incensario no pertenece a la parroquia propiamente dicha, sino a la república de Sopelana que dió el dinero para comprarlo.
En 1653 se reteja la iglesia y se hacen con piedras de sillería obras en la torre que tenía forma de pirámide.
En 1655 vuelve a revisar este libro el citado don Luis Juaniz que entonces él mismo es ya Obispo de Calahorra, a cuya Diócesis pertenecía Bizkaia, antes de que existiera el Obispado de Vitoria-Gazteiz y más tarde el de Bilbao. Lo que en esa ocasión ordenó Monseñor Juaniz fue que a las noches, después de las avemarías, se dieran nueve tañidos con la campana mayor para que los fieles rezaran por las Ánimas
Se puso nueva piedra bautismal en 1656, con un torno de metal. Los altares de la iglesia, además del mayor dedicado a San Pedro, estaban consagrados a San Esteban, a la Concepción y a San Sebastián Mártin. Es el año en el que falleció la Patrona Divisera, Vizcondesa de Santa Marta, como hemos dicho.
En 1659 gira visita a la feligresía de Sopelana el chantre Vendigar, de Calahorra. La giró también a Getxo, Berango y Urduliz y se le dieron "de limosna" 20 reales; diez el cabildo eclesiástico y los otros diez el Municipio, más cama, comida y cena.
Se establece en 1660 una costumbre, que será tradicional, de que a los sacerdotes y al sacristán se les invite a un refrigerio en la noche del Jueves Santo y que supone un gasto repetido todos los años en las cuentas de la mayordomía parroquial, en la que los gastos ordinarios suelen ser el del aceite de lámpara de Santísimo, las velas de los altares, el almidón para endurecer la tela de las albas y sobrepellices, la harina de las hostias, el vino de la misa, etc. Este mismo año de 1660 quien revisa este libro de fábrica fue el nuevo Obispo de Calahorra Monseñor Ontiveros, que no parece muy amigo del párroco a quien ordena que explique personalmente la doctrina cristiana, al menos los domingos desde el púlpito, sin excusarse con que la enseña el maestro en la escuela, "porque la tarea de éste consiste sólo en bailar tanto mozas como mozos, prescribe que lo hagan por separado, los hombres solos y las mujeres solas, "sin consentir que después se junten a entretenerse".
En 1666 por primera vez se inicia lo que también será costumbre de que en la víspera de San Pedro, Patrón de la Anteiglesia, cuando ya aprieta el sol se dé un refresco a los sacerdotes que han venido de fuera a solemnizar de la iglesia. Solía predicar en dicha fiesta tradicionalmente un fraile franciscano del convento de Bermeo, al que se le daban en metálico 16 reales y una comida valuada en otros 8 reales.
En 1667 se agasajó al Visitador con tres azumbres de "ribadavia", sabroso vino gallego que costó 8 reales y que da a entender cómo se menosprecia siempre lo propio de la zona, siendo así que Sopelana ya tenía un vino propio de no inferior calidad como es el txakoli que se elaboraba en muchas cosas de la Anteiglesia.
En 1669 las reuniones parroquiales que antes se efectuaban en la sacristía, empiezan a tener lugar en el cementerio, como ocurría con las sesiones del Ayuntamiento.
Se habla en 1670 del Pendón. Investigador como soy no sólo de la Heráldica sino de la Vexilología de los Municipios, me ha intrigado este dato, decepcionándome el comprobar que no se trata del pendón del Ayuntamiento sino el de la Cofradía del Santísimo Sacramento y que era de color carmesí. Se remataba Este con una cruz de plata por cuya fabricación se pagaron 15 reales. El que se encargó de su confección y de su traída a Sopelana fue don Juan Antonio de Basurto, a quien se le gratifica con cuatro gallinas; lo cual me evoca costumbres no tan antiguas en los pueblos vascos en los que se agradecía un favor reglando productos del caserío a los bienhechores.
Durante ocho días en 1672 estuvieron dos obreros subsanando la falta de tejas en la cubierta del templo. Como único sueldo se les dió 32 cuartos de vino que costaron, en la semana que ocuparon en este trabajo, 152 reales abonados a la taberna, propiedad del Ayuntamiento.
Hallo en 1675 la curiosa referencia de que el aceite que se usaba para los Santos Oleos del bautismo y del viático lo trajo el sacristán desde uribarri, punto donde la existencia de olivares no se ha apuntado.
En 1678 vino a Sopelana un escultor a tomar medidas de la media naranja de la pila bautismal de reciente colocación. Traía cabalgadura por lo que al hospedaje del artista se añadía el pasto del animal.
En 1681 se predicó en la fiesta de la Candelaria, Porque eran años de gran preocupación social que se amortiguaba con la práctica de actos de piedad. Uno de ellos consistía en la peregrinación a Nuestra Señora de Agirre en las inmediaciones de Plentzia.
En 1687 se seguiría practicando alguna que otra procesión, pero sin el fervor antiguo. A los sacerdotes que este año fueron a engrosar la misma se les dió vino por el precio de 4 reales.
Los cadáveres antes se traían a la iglesia para el funeral en parihuelas hechas en sus propias casas, de mala forma, por lo que hubo ocasión en que el muerto cayó al suelo por el camino. Se contó en adelante con unas andas fuertes que se guardaron en la sacristía y que estaban al servicio del pueblo. Asimismo se hicieron bancos para mayor comodidad de los fieles que se arrodillaban y sentaban sobre el pavimento del templo. Lo que se hizo el año mientras sus dueños asistían a misa; porque por lo demás se guarecieron bajo el pequeño pórtico del cementerio que lo dejaban muy sucio y parecía de la vieja torre de campanas que quizás entonces perdió su antigua forma de pirámide a al que hemos hecho mención anteriormente.
En 1693 se rehace parte de la tela del citado pendón carmesí y por entonces se hacen algunas compras como un misal nuevo, alguna casulla, el cestillo de las limosnas, la tenaza para coger el tizón que había de ponerse en el incensario...
En 1694 vuelve a retejarse la iglesia, para cual se trajo por mar la teja necesaria y al hombre que la sacó del navío hasta el cargadero, se le dieron 5 reales. Se establece y fija en 1700 la costumbre de que el día patronal de San Pedro se haga una ofrenda y colecta especial, con ocasión de la cual los sucesivos párrocos tuvieron preparada una especie de pequeño sermón de acción de gracias. Este mismo año para mí tiene una pequeña repercusión pues en el Visitador, Licenciado Diego de Luzuriaga, ordenó que se hiciera un Archivo; archivo elemental pues consistía en un arcón. Se abrí y cerraba con tres llaves que estaban, respectivamente, una en manos del Alcalde, otra en las del párroco y la tercera en las del secretario. Gracias a esta orden he podido estudiar la documentación pertinente que no se hubiera conservado de no existir aquellas medidas.
Hasta 1701 no disponían los sacerdotes de Sopelana de ornamentos negros para revestirse en los funerales. Poco después contaron con una linterna que iluminaba el camino cuando en las tinieblas de la noche tenían que llevar el viático a los caseríos. En 1706 inició un párroco la nueva costumbre, que supuso dispendios extraordinarios en el tesoro eclesiástico que consistía en que además del Visitador se daban a quienes venían en su compañía varias azumbres de vino. La repetida alusión que se hace al vino como medio único de obsequiar a algún superior la subrayo como una práctica que ha de estudiarse dentro del sistema económico-social de esta Anteiglesia que, como otras, basaba su fuente de ingresos municipales en la expendeduría del vino, el cual era monopolio del Ayuntamiento.
Siendo párroco de la iglesia de San Pedro don Saturnino Zurbano a 31 de Mayo de 1884, se constituyó la Junta de Fábrica. Eliminaba la figura del mayordomo. Los responsables de los bienes eclesiásticos serían algunos feligreses de reconocida honestidad con los que el propio párroco debía de consultar antes de efectuar cualquier gasto; el primero de los cuales fue la compra de un viacrucis con catorce pequeños relieves que se trajeron de la librería de los señores Buldi de Bilbao, que costaron 224 pesetas; así como un Santo Cristo (por 60 pesetas) para el altar de San Juan, cuya imagen era revestible, costando 20 pesetas la capa nueva que cubría la talla.
El Arcipreste de Bilbao a lo largo de 1889 giró tres visitas a Sopelana por todas las cuales se le dieron para ayuda de viaje 4,50 pesetas que hoy nos parece una cantidad irrisoria, pero sépase que entonces un bonete costaba cuatro pesetas. Añadamos a título de clarificación que la compostura del badajo de la campana la tasó el herrero en una peseta. El arreglo del armonium por Miguel Monez costó 50 pesetas y por la limpieza de la ropa (albas, amitos, purificadores, manteles de altar etc.) a lo largo del año se daban 100 pesetas repartidas entre las encargadas de la limpieza que se llamaban Agueda Kondina, Estefania Olabarrieta, Isabel Zalduondo, Emilia Urgoiti y Clara Mendieta.
Todavía en 1906 se exigía la txartela o cédula comprobatoria de que cada feligrés había condesado y comulgado por pascua florida. Era costumbre un pequeño lujo que se permitían los sacerdotes de que sus albas, almidonadas, a su vez estuvieran rizadas; en cuya especialidad eran peritas las religiosas Adoratrices de Algorta, a las que se les daba por su trabajo 13 pesetas anuales.
La cruz parroquial es objeto de un baño de plata en 1927 y en 1928 el señor Dourte afina el órgano del coro de la iglesia. Su sacristán es Fernando de Eguskiza que en horas perdidas se encarga de confeccionar las hostias para la comunión y las mechas de algodón para la lámpara del Santísimo y que cobra al año 20 pesetas.
Hay una partida curiosa en 1929, de que el párroco tuvo la delicadeza de mandar hacer las estampas-recordatorios de las niñas y niños que efectuaron la primera comunión ese año y que las en la librería de San Jose, en el Casco Viejo Bilbaino.
En 1930 siendo Obispo de Vitoria-Gazteiz don Mateo Mujika Urresatarazu, gipuzkoano, se inscriben en el Registro de la propiedad de Bilbao, las posesiones parroquiales, legadas a su muerte en 1876 por el presbítero deon Santiago Zalduondo. La parroquia de San Pedro de Sopelana era propietaria de los siguientes bienes: una casa conocida como "casa rural" (de piedra, cerca de la iglesia y que consta de una primera planta, camarote, horno de pan cocer adosado a la parte sur, cuatro dormitorios, cocina, sala y cuadra), edificada sobre una superficie de 178 metros cuadrados que el 7 de Octubre Pablo Larandagoitia, vecino de Getxo, midió y cuyos honorarios fueron 50 pesetas. También era donación del difunto curo Zalduondo la heredad "Abadesolo" en el término sopelanatarra de Moreaga de 2477 metros cuadrados y lindante con propiedades de don Juan Ignacio Goiri, que fue cura ecónomo de la Anteiglesia, de terrenos de los señores Uriarte y de un camino público. Por último, era propietaria del campo donde había estado el anterior cementerio, asimismo en Moreaga, que era un recinto tapiado de 342 metros cuadrados de extensión y con puerta de acceso desde el pórtico de la iglesia. Por dicho Registro, en la Tesorería General de Bizkaia como impuesto de Derechos Reales se ingresaron, el 23 de Octubre de 1930, doscientas ochenta y cinco pesetas, más timbre y pólizas.
La instalación del alumbrado eléctrico existía ya en 1933 en le iglesia y costó 76,35 pesetas. Sin embargo, el arreglo del pararrayos y de la cruz de la torre del templo se elevó al entonces extraordinario precio de 415 pesetas, cuando los 16 litros de vino de consagrar valían 28 pesetas y los 30 de aceite para la lámpara del Santísimo 71 y las sotanitas negras y rojas de los monaguillos tuvieron por precio 210 pesetas. Esto ocurría en 1936. Precisamente en 1937 el Obispo de Vitoria, administrador Apostólico Monseñor Lauzurika giró visita a Sopelana y encontró que el libro de cuentas de dicho año, por lo que hizo constar que lamentaba que las hubieran arrancado. Ordenó su inmediata reposición... en balde.
Data de 1938 el arreglo a fondo del reloj de la iglesia cuyo trabajo así como la colocación de un cuadro de la Virgen del Carmen y de la balda para los floreros y cirios, costaron en total 148,75.
En 1941 el arreglo del órgano se eleva a 50 pesetas; el consumo de energía eléctrica a 333; el organista cobra 90 pesetas y a los cantores del coro parroquial se les da un aperitivo que en aquellos años de hambre costó 110 pesetas.
Los tiempos modernos se reflejan también en la vida parroquial pues en 1944 se abre una póliza de seguros contra incendios a favor de la iglesia por 145,90 pesetas. Concluimos esta crónica documentada de la feligresía con el dato, que refleja que entonces Sopelana era sólo un pueblo de labradores, de que en 1945 el día de San Isidro, patrono de ellos, empezó a ser fiesta mayor con sermón.

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